Aquella sana austeridad

Cuando era niña, cada veinticuatro de mayo, de camino al colegio, mi madre me llevaba a una confitería cercana y comprábamos una bolsa de caramelos para que yo, todo un dechado de bondad, repartiera nada menos que dos por cabeza. Así convidaba a mis cuarenta y tres compañeras de clase y así lo hacían, también, la mayoría de niños de mi generación.

Desde hace ya bastante tiempo esa costumbre ha desaparecido o tiene los días contados, aunque aún se pueden ver las bolsitas individuales con surtido variado. Las chuches no son saludables y pueden ser un problema para niños con intolerancias o dietas específicas.  Así que, cada año, cuando se aproxima la fecha señalada, surge el quebradero de cabeza sobre qué regalito va a llevar el niño esta vez a sus veinticinco compañeros de clase: que no lleve azúcar ni lactosa, que sea original, divertido, didáctico y ya de paso personalizado, por qué no.

Separadores, mini cuentos, linternitas, huevos a los que en remojo les crece un dinosaurio, Superzings, lápices como barras de fuet, sólo lápices, lápices y gomas de borrar, lápices, gomas de borrar y sacapuntas; lápices, gomas de borrar, sacapuntas y reglas, estuches que incluyen todo lo anterior… etc. La variedad, primor y originalidad del detalle no tienen límites.

Así se sustituyen las tradicionales chuches.  Claro que, cada dos semanas aproximadamente, el niño es invitado a un cumple multitudinario donde las chuches crecen como setas y llueven de enormes piñatas. ¿De verdad estamos sustituyendo las chuches? Y luego está el agravio comparativo. Porque en los grupos de Whatsapp, los mantras de agradecimiento son como los likes de las redes sociales. No es obligatorio, claro, pero reconforta que el regalo de tu hijo triunfe.

¿Y por qué hacemos esto? Obviamente porque podemos. Sería necio pensar que nuestras madres no habrían hecho lo mismo si esa hubiera sido la tendencia. Afortunadamente no lo era para las familias de clase media de la época. Y, en ese aspecto, yo echo de menos aquella sana austeridad de mi infancia, que llevada a la actualidad considero un acto de paternidad responsable y al tiempo casi quimérico. Cómo huir del materialismo en el que nosotros mismos, como adultos, nos movemos…  

Porque no se puede negar la buena intención del obsequio por parte de un compañero entusiasmado por su día especial y es de bien nacido ser agradecido. Pero, si se piensa bien, estamos normalizando que cada niño reciba durante el curso escolar más de una veintena de “regalitos” por el mero hecho de que hoy toca -le toca a alguien-  cumplir años.  Da la sensación de que ya no se consume para celebrar sino que se celebra para consumir…

Y lamentablemente siempre llega un día en que otra novedad más pasa absolutamente desapercibida en la mochila del colegio, como cuando en Reyes el niño, rodeado de regalos, acaba no prestando atención a ninguno… Ese día en que abres la mochila tú por casualidad, para ver si trae algo que vaya a la lavadora y tu hijo te dice: “Ah, ya, eso es de un cumple…” y luego sigue a sus cosas. Entonces tú sacas el pompero de la patrulla canina (si tienes suerte, correctamente cerrado) y compruebas que el perrete Chase te mira con cierta decepción, porque sabe, lo sabéis los dos, que nadie nunca le dedicará la misma cara ilusionada e impaciente que le pusiste tú hace décadas al sugus azul de Cristina Gutiérrez Pleite el día de su cumpleaños.

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