Pequeños grandes inventos para pequeñas grandes torturas

Mis recuerdos de la época escolar incluyen, cómo no, la flauta. Quién no ha martilleado la cabeza de sus padres ensayando una y otra vez Noche de Paz o Frere Jacques antes de interpretar la pieza en el cole, con dedillos temblorosos y ante la atenta mirada de la profesora y el resto de la clase… Aquellos recuerdos que incluyen, también, el olorcillo a plástico nuevo de la funda y la mezcla de fascinación y asquito que suponía comprobar que nuestro instrumento, cual bebé en plena dentición, necesitaba un des-babeado a cargo de ese maravilloso accesorio: la escobilla, usada también y sobre todo para propinar capones a los compañeros o jugar a ser el Íñigo Montoya de William Goldman.

Está claro que la flauta es el instrumento más accesible para los niños y por tanto una amiga necesaria en la mochila escolar. Hasta que llegan los ensayos en casa: A cualquier hora, varias horas, la misma pieza descuartizada una y otra vez, con la potencia de una banda sonora de peli de sustos, esos pitidos de ave estrangulada y las descargas de ira soplando en la nota más aguda, precisamente… “Si sigue tocando confesaré un crimen, el que sea”, le dices a tu marido. “Pero que pare.”

Y entonces un día cualquiera, en una papelería, la casualidad te lleva a fijarte en unas piececitas de plástico de colores llamadas sordinas, en versión escolar para flauta. Ah, ¿pero no las conocías?, te pregunta alguien, demostrando una vez más lo desactualizada que estás en casi todo. No, pero ahora sí: dame tres.

El milagro para la salud de profesores y padres se lo debemos a los hermanos Juárez Salas, sevillanos para más seña, quienes patentaron este invento cuyo nombre ya es música, pero de la celestial, para los oídos: Muteflute. Se acabaron los pitidos ensordecedores y los conciertos de cancioncillas populares desafinadas a todo trapo. Una pequeña horquilla de plástico, que nunca falte en casa, minimiza el ruido y devuelve la paz (siempre relativa) al hogar.    

Nunca el himno de Andalucía interpretado con flauta unas doce veces, emocionará tanto.

Más información:

“EL necesario arte de insonorizar la flauta” (Diario de Sevilla, 19 de agosto de 2017)

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