
I La llegada de Carlota
José, que tenía seis años y un hermano que le sacaba una cabeza y media de alto, estaba a punto de vivir algo extraordinario: ese mismo día iba a nacer una niña que le convertiría, por primera vez, en hermano mayor de alguien, aunque ese alguien fuera una bebé.
Hasta ese momento, había sido más o menos feliz siendo el pequeño de la familia. Se había acostumbrado a heredar de su hermano Álvaro libros con garabatos a rotulador, pijamas pelotudos y juguetes escacharrados, por mucho que mamá dijese que “eso son solo las pilas”. Y aunque todavía no le dejaban ciertas cosas por si las rompía – ya ves tú, qué tontería, romperlas él…- sabía que solo era cuestión de tiempo que las heredara también.
En cuanto a su hermano Álvaro, era básicamente un suertudo que comía chicle desde hacía más tiempo que él y al que le daban permiso para jugar con el ordenador, montarse en atracciones altas cuando iban al parque de atracciones o cruzar la calle sin tener que dar la mano, entre otros muchos privilegios. Se creía el jefe de la casa y manejaba el mando de la tele como si fuera suyo, no jugaba con José cuando se lo pedía y casi siempre le ignoraba o se metía con lo pequeño que era. Para colmo, le llamaba cosas como renacuajo, llorica, pesado, pringado y, de vez en cuando, alguna que otra palabrota de la que José siempre se chivaba, por lo que su hermano también le llamaba chivato. Eso sí: cuando se enzarzaban en una pelea, a Álvaro siempre le regañaban un poco más por ser el mayor, aunque José hubiese atizado más fuerte…
Ahora por fin se acabaría eso de ser pequeño. Nada de peque, ni hermanito ni chiquitito ni demás palabrejas menudas. Él era un tío grande. Tan grande y mayor que en breve le iba a explicar a su hermanita cuál era la cadena de mando en la familia. Y por fin él iba a mandar algo.
II De mal a peor
¿Mandar? ¿Mandar qué? ¿Mandar a quién? ¡Si todo el mundo le ignoraba y cuando le hacían caso era precisamente para mandarle cosas a él! Las primeras semanas desde el nacimiento de Carlota pasaron y José no sentía que nada hubiese cambiado, si acaso empeorado. Ella no era como una persona humana normal, ni siquiera sus cacas raras eran de persona normal. Sólo engordaba como una albóndiga cada día, era bonita y todo eso, pero lloraba que ponía de los nervios y se pasaba el rato mamando o dormida. La quería mucho, obviamente, porque era su hermano mayor. Pero eso le servía de poco. Para empezar, nadie le dejaba cogerla, por lo visto era muy delicada. Tampoco le dejaban llevar el carrito por la calle, ya que era peligroso, y ni siquiera auparse para acariciarla, por si se volcaba. Pero a Álvaro sí que le daban permiso para vigilarla si los mayores estaban haciendo algo urgente. Vamos, que seguía siendo un suertudo mientras que José seguía siendo tan solo el segundo más pequeño, después de Carlota.
Ahora papá y mamá tenían menos tiempo que nunca para jugar con él y, como Álvaro decía “yo paso”, tenía que conformarse con estar junto a Carlota, si estaba tranquila, viendo unos dibujos relajantes aburridísimos donde nadie lanzaba rayos ultrasónicos ni pasaba nada de risa. Pero lo peor de todo eran las noches. Antes, cuando José tenía pesadillas o mucha sed, siempre acababa en la cama de papá y mamá, en medio de los dos, abrazado y calentito. Ahora, de nada servía llamarlos a voces o presentarse directamente en la habitación, sin calcetines. Él ya era “mayor”. Eso significaba que tenía que volver, solo y frío, a su cama, y conformarse con un beso rápido de sus padres mientras le pedían que no hiciera ruido para no despertar a la hermanita…
José se sentía confundido, pero sobre todo empezaba a estar triste y a ratos también enfadado. No era mayor, ni era pequeño, ni era nada de nada más que un mediano en esta vida. Tenía que buscar una solución inmediata. Afortunadamente, se acercaba la Navidad…
III Carta urgente a Los Reyes Magos:
Queridos Reyes Magos:
Este año no quiero juguetes. Quiero dejar de ser el mediano. No sé cómo se puede hacer eso, pero vosotros sois magos así que algo se os ocurrirá.
Te lo pido sobre todo a ti, Gaspar. Tú eres el del medio, así que igual tú me entiendes. ¿Sería posible que me trajerais un hermano de…¿por ejemplo 14, para que Álvaro sepa lo que se siente cuando un mandón te chulea y te ignora todo el rato? En el caso de Carlota, ya que ser el mayor no me vale de mucho, podríais usar algún truco para que crezca ultra rápido hasta tener mi edad, ya que actualmente no es nada divertida. O podríais convertirla en mascota. ¿Qué tal un gatito?
No me gusta ser el hermano mediano. Odio ser el hermano mediano. Todo son desventajas. Papá sigue siendo papá, mamá sigue siendo mamá y Álvaro sigue siendo el mayor, pero yo soy el único al que le ha tocado cambiar su puesto de pequeño a mediano y resulta que ese cambio es una caca. Ya no seré el pequeño nunca más pero tampoco me da tiempo a ser el mayor porque Alvaro nació antes. ¡Es injusto!
Qué suerte tenía Jesús de no tener hermanos. Cuando tú fuiste al Portal de Belén, Gaspar, le regalaste incienso, como perfume, supongo, porque huele mucho. ¿Podrías regalarme a mí algo apestoso para lanzarle a Álvaro cuando se pone realmente tonto conmigo?
Mis mejores despedidas.
José, el mediano.
PD: Y encima la palabra mediano tiene ano, que es como decir culo. ¿Lo sabías, Gaspar?
Y esa fue la carta que José mandó el 14 de diciembre al Lejano Oriente, esperando que sus deseos se viesen cumplidos la mañana del seis de enero…
IV Respuesta de Su Majestad
Querido José:
Te entiendo a la perfección. Y qué buen olfato tienes para reconocer a otros medianos, porque, efectivamente, soy uno de ellos. Cuando era niño pasé por las mismas vicisitudes que tú (vicisitud es una palabra difícil, pero, créeme, apropiada para un mediano).
En cuanto a ser el rey de en medio, la mayoría de los niños eligen a Melchor porque se parece al viejo Papá Noel o a Baltasar porque parece más joven o porque siempre queda mejor en los reyes de chocolate. Yo suelo ser el pelirrojo, el castaño o “el de la barba blanca no, el otro”, sin que nadie tenga muy claro de qué color o longitud es mi cobrizo y rizado mentón peludo.
Pero nada de eso es importante para mí. Déjame contarte algo que tú mismo descubrirás dentro de algunos años. Estar en medio, como mediano que eres es, en realidad, un privilegio, solo que pocos lo saben. Es como tener un poder, un don, casi como ser un mago. Te preguntarás por qué. Presta mucha atención:
Uno: Un mediano nunca se pierde ni permite que nadie, detrás de él se pierda. Cuando yo me despisto en el desierto, siempre tengo a Melchor delante como referencia, igual que te pasa a ti con Álvaro. Y detrás de mí siempre viene el despistado Baltasar, al que yo protejo, asegurándome, cada vez que me doy la vuelta, de que sigue ahí. Tú también serás un buen guía para tu hermanita Carlota.
Dos: Un mediano encuentra el camino despejado y lo mantiene despejado para el siguiente. Piensa que cada permiso de papá y mamá que Álvaro consigue, te beneficiará a ti, cuando tengas su edad, ¡ya no tendrás ni que pedirlo!
Tres: Un mediano entiende mejor que nadie a sus hermanos. Llevas toda la vida conociendo a tu hermano mayor, y no hace tanto tiempo que hacías las mismas cosas que tu hermana pequeña. Así que nadie mejor que tú puede ofrecerles a los dos comprensión y consejo.
Cuatro: Cuando un mediano falta, todo se vuelve más soso. Es como quitarle el relleno a un sándwich. Además, está casi comprobado científicamente que un mediano tiene la risa más contagiosa del mundo y que es el más divertido de la casa. ¿A que sí?
Cinco: Lo mediano es a menudo sinónimo de perfección. Piensa en un helado. Si es de esos pequeños de una sola bola, te sabe a poco. Si son varias bolas y es muy grande, se te acaba derritiendo a la mitad. Está claro que un tamaño mediano es perfecto.
Y sobre todo, José, es obvio que actualmente los medianos estamos en peligro de extinción y por tanto tenemos que luchar por la conservación de nuestra especie. donde hay medianos hay familias numerosas y eso en estos tiempos es poco habitual. Proliferan los hijos únicos y hasta los hermanos gemelos pero medianos… vamos quedando pocos.
En fin, espero haberte convencido de que ser mediano es especial y único, porque es verdad. Debes estar orgulloso de serlo y ofrecer tu amistad a aquellos que también lo son. Recibe un abrazo muy fuerte y no olvides mandarme una nueva carta, esta vez con tu lista de regalos, a excepción del perfume apestoso para Álvaro. No creo que haga falta. Con los pañales de Carlota tienes más que suficiente.
Por supuesto también espero ser tu rey favorito a partir de ahora. 😉 Con todo el cariño que un mediano puede dar, que es mucho.
Gaspar.
Rey de en medio, mediano y de estatura media, a mucha honra.
PD: José, la palabra hermano también tiene “ano”. Ya ves que ninguno se libra.
Y esa fue la carta que Gaspar dejó la noche del cinco de enero en casa de José, después de beberse un vaso de leche que encontró junto al árbol de Navidad.
V El club de los medianos
José quedó tan sorprendido con la carta de Gaspar, que la estuvo leyendo y releyendo varios días seguidos. Después le pidió a mamá que la enmarcara y la colgara en su habitación. Quería tenerla muy presente cada vez que se sintiera triste, si es que eso volvía a pasar.
No pasó. José había comprendido que, efectivamente, él no era tan solo un mediano sino un GRAN MEDIANO, tan excepcional y valioso como el mismísimo lince ibérico. Conseguir que no te ignoraran era una misión altamente difícil a veces, pero merecía la pena confiar en uno mismo como la pieza que equilibraba todo desde el centro. José creó un club en el colegio para preservar a todos los otros medianos en vías de extinción y le encantó saber que no era el único que se había sentido poco valorado en alguna ocasión. En la vida, siempre hay alguien que se siente igual que tú.
A partir de entonces, se sintió muy orgulloso de ocupar el puesto que ocupaba, sin duda el mejor, y cuando llegó de nuevo diciembre escribió una nueva carta para su ya para siempre rey favorito: Gaspar. La firmó como José, presidente del Club de los Grandes Medianos después de haber escrito los juguetes que quería este año en una lista que, por supuesto, no fue muy larga ni muy corta, ni grande ni pequeña, sino… mediana.