Big Seven

Cuentan las malas lenguas de la fauna salvaje que el rey está depre. Incluso él sabe que entre toda la variedad de especies que ofrece el continente africano, sólo cinco son los considerados Grandes (Big Five) y, por tanto, los más apreciados por el turista, ávido de nuevos fichajes fotográficos. Dichos animales no son otros que el elefante, el rinoceronte, el búfalo, el leopardo y, por supuesto, él mismo… O eso creía hasta ahora.   

Amanece en Masai Mara. Racimos de arterias secas surcan la tierra, salpicada de carcasas óseas y matojos pajizos que pinchan el aire como cuchillos. La inmensa lámina de papel cebolla que sostiene el cielo, se arruga en nubes esporádicas sin intención de llorar sobre la sedienta llanura. Durmientes, enfermos o simplemente holgazanes, los animales se refugian bajo la escasa sombra de paraguas rotos.

Hoy, como todos los días, el rugido de un motor anuncia la llegada del hombre: ya huele a carne desde aquí. Inapetente y aburrido, el león bosteza, harto de estos armatostes ruidosos que a diario invaden sus dominios sin permiso. Desconfía de ellos, aunque le consuela su aburrida previsibilidad: sabe exactamente dónde pararán para olfatear las inmediaciones y sabe que si el hombre consigue detectarle, se limitará a observar, entre temeroso y admirado, a través de ese ojo postizo que parpadea y hace click de manera indiscriminada. Luego, simplemente, se irá.

En efecto, la bestia de hierro se aproxima hasta detenerse, envuelta en una serpiente gorda y torpe de polvo zigzagueante. Un par de cabezas asoman desde su lomo metálico. Dispuesto ya para su mejor posado, el león se incorpora a tiempo de comprobar que dos matatus blancos repletos de turistas se han detenido también en el mismo punto. De repente se oye: “¡Ahí, ahí!”, como si eso por sí solo fuera una coordenada geográfica. Las miradas se disparan hacia todos los lados posibles. Alguien apunta que podría ser una falsa alarma, porque cosas así nunca suelen verse y menos tan de cerca. El león decide ser magnánimo por un día y lo pone fácil. Con altanera parsimonia camina hacia la pista de tierra ocupada por los tres vehículos, hasta que uno de los humanos señala por fin con el dedo: “Ahí, ¿no los veis? ¡Son ellos!”

Pero no le está señalando a él.

Todo el mundo se pone a disparar fotos desesperadamente en dirección al primer vehículo. Desconcertado y confuso, el león trata de divisar a sus nuevos rivales: juraría que aquella pareja de bípedos sin pelaje no son más que dos simples humanos. Consigue distinguir a una hembra escuálida y felina que tolera el acoso entre impasible y molesta, mientras que el macho la abraza, tratando de protegerla, hasta que emite una orden rotunda para que el conductor reemprenda la marcha. Entretanto ambos procuran ocultarse, pese a que los objetivos de los otros apuran su distancia focal tanto como pueden.

El león, con un leve y desganado gruñido, aprovecha entonces para hacerse notar: tal vez ahora estos necios paparazzi sepan reconocer dónde está el buen espectáculo. Pero no le sirve de nada, porque los matatus ya se han decidido por la persecución del todoterreno huidizo y desaparecen a trompicones. Un rojo y tupido telón de arena deja al rey de la selva sin fotos, sin público, en silencio.

Con el amor propio algo resentido y arrepintiéndose de no habérselos zampado a tiempo por idiotas, el rey de la selva decide finalmente regresar con sus cachorros, que son más de seis y  andan solos, mientras su mujer le consuela con este dato y a lametazos, recordándole que él es mucho más guapo que los fugitivos. Aún así, la fútil fama es caprichosa incluso en Masai Mara, y el león sabe que al menos esa noche, ningún humano hablará de él durante la cena.

*Nota: Brad Pitt y Angelina Jolie viajaron a Kenya en 2009. Su estancia incluyó una visita al Parque Natural de Masai Mara donde parece ser que, además de discutir, disfrutaron de unos días de safari alojados en el Cottars 1920 Safari Camp.

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